jueves, 30 de septiembre de 2010


Podemos dar algo, y de hecho muchas veces lo hacemos, de forma absolutamente altruista. Somos, cuando entendemos que debemos serlo, generosos en las mil y una formas que podemos concebir: con nuestro tiempo, para aquellos que lo requieren, con nuestro dinero, para quienes lo precisan, con nuestro apoyo desinteresado a las causas que creemos justas. Damos nuestra sangre por nada, amamos a veces sin correspondencia, en definitiva:
somos capaces de ser solidarios hasta límites insospechados. Dejando eso sentado, y para cuando decidimos ser menos prodigiosos, apliquemos el famoso quid pro quo (algo a cambio de algo).

Existe una ley no escrita, la de la reciprocidad, que implica que si alguien me regala una camisa yo debería estar dispuesto a corresponder posteriormente con una cena. Tal vez no es el mejor ejemplo, pero lo que trato de decir, es que generalmente
siempre hacemos las cosas esperando algo a cambio y lo lógico, natural y necesario es corresponder. Si no lo hacemos, se produce un desequilibrio y se corremos el riesgo de acabar con cualquier relación sea de tipo profesional (reciprocidad de intereses) o de tipo personal (reciprocidad de trato).

¿Qué ganan ellos? Si nos hacemos esta pregunta y somos capaces de encontrar una respuesta satisfactoria, estaremos sembrando en un terreno tan fecundo que nos sorprenderá la cosecha posterior.

No hay comentarios:

Publicar un comentario